Famosos Urbanos RD Nacionales Asesinó a su compañera, descuartizó su cuerpo y se comió varias de sus partes

Asesinó a su compañera, descuartizó su cuerpo y se comió varias de sus partes

La historia de Issei Sagawa, un estudiante japonés en París, sigue siendo una de las más perturbadoras y bizarras en la crónica criminal. A sus 32 años, Sagawa, un aventajado alumno de Literatura inglesa en La Sorbona, ocultaba deseos oscuros que lo llevarían a cometer un crimen atroz y caníbal que conmocionó al mundo en la década de 1980.

El Macabro Descubrimiento en Bois de Boulogne

Todo comenzó una noche de junio de 1980. Sagawa, un hombre de baja estatura y complexión delgada, esperaba un taxi en el elegante barrio de Passy con dos pesadas maletas. El taxista, bromeando por el peso, le preguntó si llevaba «un muerto». Sagawa, con una risa nerviosa, respondió que eran «libros» y le pidió que lo llevara al Bois de Boulogne.

Al llegar al destino, el taxista lo ayudó a bajar las valijas. La escena no le pareció demasiado extraña en el peculiar París. Sin embargo, lo que vino después fue el horror. Sagawa se dirigió con sus maletas hacia el lago, y en su intento por deshacerse de ellas, una pareja de deportistas lo observó. Un presentimiento lo hizo huir, pero una de las valijas quedó entreabierta, revelando una mano cubierta de sangre. Los gritos de la pareja alertaron a la policía.

Dentro de las valijas, los agentes encontraron restos descuartizados: dos brazos amputados, dos piernas, la cabeza y el torso de una joven. La autopsia reveló que el cuerpo pertenecía a una mujer joven y que le faltaban partes como un seno, los labios, la punta de la nariz y la carne de una pierna; Sagawa se las había comido. Una bala calibre .22 en la cabeza confirmó la causa de la muerte.

El Asesinato de Renée Hartevelt y la Confesión

Gracias al testimonio del taxista, la policía llegó al apartamento de Issei Sagawa. El joven no opuso resistencia y, en su pulcro y ordenado hogar, los agentes encontraron más restos humanos en la nevera. Con una escalofriante calma, Sagawa confesó que lo que faltaba del cuerpo «se lo había comido».

La víctima era Renée Hartevelt, una estudiante neerlandesa de 25 años y compañera de La Sorbona. Cuatro días antes del hallazgo, Renée había ido a cenar con Sagawa. Mientras ella leía poemas en alemán, Sagawa se posicionó a sus espaldas, sacó un rifle calibre .22 que tenía escondido y le disparó en la nuca. Renée murió sin saber qué sucedía.

La confesión de Sagawa fue aún más truculenta: «Quería comerla. Así sería mía para siempre», les dijo a sus interrogadores. Describió con detalle cómo trozó y consumió partes del cuerpo durante dos días, guardando otras en la nevera para «futuros platos». Calificó la experiencia como «la mejor comida que he tenido jamás».

Impunidad y Morbosa Fama

Lo más sorprendente de este caso fue el desenlace judicial. A pesar de su detallada y macabra confesión, el proceso estuvo plagado de irregularidades, atribuidas a la influencia y el dinero de su adinerado padre. Issei Sagawa fue inicialmente condenado a dos años de cárcel, pero no los cumplió. Fue diagnosticado con una enfermedad mental que lo declaró inimputable y fue internado en un hospital psiquiátrico.

Pocos meses después, y bajo circunstancias sospechosas (se habló de una fuerte suma de dinero), fue diagnosticado erróneamente con un cáncer terminal. La embajada japonesa intervino y logró su traslado a Tokio, con la condición de que fuera internado en un psiquiátrico. Sin embargo, una vez en Japón, Sagawa se «recuperó milagrosamente» y, tan solo tres años y dos meses después de haber asesinado y devorado a Renée Hartevelt, fue puesto en libertad.

Aprovechando la morbosa fama que su crimen le otorgó, Issei Sagawa se convirtió en una especie de celebridad. Trabajó como panelista de televisión en programas sobre asesinos en serie, escribió libros sobre su vida, pintó, guionizó y dibujó un manga contando su historia, e incluso participó en películas pornográficas y comerciales de televisión donde se le veía comiendo.

Issei Sagawa falleció a los 73 años en Tokio a causa de una neumonía. Poco antes de su muerte, confesó: «Todavía siento deseos caníbales, pero no tengo intención de llevarlos a cabo». Su historia sigue siendo un escalofriante recordatorio de los rincones más oscuros de la psique humana y de las complejidades de la justicia.

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